UNA GUERRERA MÁS
Aún no
había amanecido cuando decidió salir de la cama, estaba segura de que ya no
tendría nunca más ningún sueño para poder soñar.
Quería
despertar en un día nuevo y decidió cambiar de forma radical, estrenarse de
nuevo, salir al sol con un aspecto diferente. Lo primero que hizo fue guardar
sus recuerdos, los buenos y los malos, juntos en un cajón de la cómoda, que sin
duda estaba destinada pudrirse en un trastero. Ahora sin el peso del recuerdo,
tan solo le quedaba algo de lo que deshacerse, la conciencia, la estúpida y mísera
conciencia que no dejaba de recordarle lo bueno y lo malo, y a quién debería
dar las gracia a cada momento por su vida. Ésta no tenía lugar donde dejarla
olvidada, ni escondida en el más profundo de los arcones del sótano, la
conciencia la tenía que secar, desgastarla hasta que no quedara nada de ella y,
que mejor lugar que pegarla a la suela de unos zapatos. Sí, eso hizo, buscó en
su armario unos zapatos viejos y raídos, los limpió y se los puso para andar
por casa, y así, con la conciencia adherida a sus suelas comenzó a patear los
suelos del patio, la cocina, el trastero… se pasó todo el día de aquí para
allá, desgastando lo que quedaba de ese Pepito Grillo que no la dejaba avanzar.
Ando tanto que las suelas de los zapatos empezaron a despegarse; al quitárselos
puedo ver con suma satisfacción que estaba desgastados, incluso tenían un
agujero. Se rio con ganas, había acabado por fin con su conciencia, ahora era
libre.
Al día
siguiente volvió a levantarse de madrugada, sacó sus mejores galas y después de
darse un largo baño con sales de aroma a rosas, se miró al espejo, no veía
nada, tan solo el reflejo de lo que un día había sido. Decidida borró de su
rostro el mal tiempo y se regaló pestañas, ojos rasgados y sensuales labios
rosados. Le dio a su melena un toque de peinado, colocando un rizo, alisando
otro… el resultado final fue fantástico, el cambio era radical y bello.
Contenta con el resultado se vistió despacio. Se puso aquel vestido que tenía
olvidado en el armario y que nunca se atrevió a ponerse, rebuscó entre algunas
cajas de zapatos aquellas sandalias de tacón alto, las que tan solo llegó a
probarse y que no estrenó nunca por falta de ocasión. Cuando hubo terminado se
miró al espejo, estaba allí, podía verse de nuevo, era ella, la elegante mujer
que había sido en antaño, los años habían volado, se sentía joven y bella, pero
sobretodo se sentía capaz, cogió su bolso y salió a la calle pisando fuerte, el
mundo era suyo. Había sido muy valiente afrontando la mala noticia, había
superado el castigo impuesto por la genética, había vencido a la herencia
pútrida.
Era
una guerrera, vencedora de la batalla más cruel que puedan imponerte, había
vencido al enemigo más maligno que se conoce, batallando contra él durante meses, después obligándose a reponer las fuerzas salió adelante.
El sol
bañaba su rostro sonriente, el aire la rodeaba juguetón, se sentía tan feliz que
solo podía gritar…
¡Soy
libre, te he vencido, sí, he ganado la batalla al Cáncer!
Dedicado
a todas las mujeres que vencen y ganan batallas ancestrales, que luchan por no
dar la victoria al CÁNCER.
Oscura
Forastera
Un buen comienzo para salir adelante. Todas estas mujeres que sufren este tipo de enfermedades se van desgastando interior y exteriormente, pero muchas de ellas logran superarlo totalmente y se renuevan, y viven el día a día como un soplo de aire fresco que entra por la ventanta cada mañana.
ResponderEliminarUn aplauso por ellas y a ti, decirte que es un texto muy actual y lleno de vida más allá de la frontera que éstas tienen que pasar.
Un saludo
Rosa
Muchas gracias por tu comentario, me alegra que te guste el texto. Va por ellas por las luchadoras que lo consiguen y también por las que están lidiando con esta enfermedad, que no dejen ganar al Cáncer, un beso.
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