En una galaxia muy muy lejana... también se puede soñar


Me había quedado dormida, sentada en la silla ergonómica especial para relajarse. Me desperté al oír la alarma en la cocina. No, no se quemaba nada, ese pitido indicaba que las lentejas estaban cocidas. Me levante con fastidio de la silla. Esta silla me tiene embrujada. Entré en la cocina, el olor a comida me abrió el apetito, pulsé el botón que había cerca de la pared –Vamos, todos a comer- en pocos segundos la mesa estaba llena de gente. Mi familia, esperaba que fuesen siempre los mismos, pero con mis hijas es raro el día que no aparecen con alguien extraño. Esta vez era un joven venusino, el pobre tenía un color rojo amarillento, peculiar piel diría yo, bueno peculiar no, ¡qué leches! Era feo a rabiar, con los ojos desorbitados y la boca pequeña, con labios muy gruesos. Mi hija S, la mayor, lo presentó como su amigo.  La mediana SS, me miró negando con la cabeza y la pequeña SSS, sólo comía sin decir palabra. Fue mi hijo JJ, el que le preguntó si le gustaba Herbalia, nuestro planeta.
-         -- No seas preguntón JJ –recriminaba S- X420, es de Venus y conoce Herbalia.
-        --¿Y, qué te parece? X… no se cuantos –pregunté sin recordar el número.
-        -- X420, mama –recordó SS.
El venusino, tan solo emitió una serie de pitidos, pitpi, un gruñido y después algo parecido a una pedorreta, le miré sin comprender nada. ¿A caso no sabe este X… no se cuantos, qué hay traductores? Me dije mirando al venusino.
X420, se limitó a sacar una lengua larga y a sorber mis lentejas. ¡Las sorbía! Mis lentejas con chorizo… con su pancetita, las patatas… para un día que no se me agarran, llega el panocha este y las sorbe. Desde luego tenía que hablar muy seriamente con mi hija mayor. Mi hijo JJ, se levantó metió el plato por una rendija y por un agujero que tenía al lado dejó caer los cubiertos. Era mi lavavajillas. Mi marido me dice que parece un reproductor de CD; la verdad es que mi cocina es muy bonita, todo paredes, eso sí, con aberturas de colores diferentes, unas más grandes que otras. Además, se limpiaba sola. Tan solo debía cerrar la puerta hermética y darle al botón de limpieza… no penséis que salía una chica y limpiaba como antiguamente, no, nada de eso. Salía un vapor blanco y en segundos desaparecía dejando un olor a bosque maravilloso. Bueno a bosque o, a lo que te apetezca; un día por fastidiar solicité el olor a coliflor cocida, todos en mi casa se fueron una semana. ¡Qué semana me di! La pasé tumbada en mi silla especial para masajes.
– ¡Mamá! -me llamaba mi hija Sandra- que se te queman las lentejas. -La miré algo extrañada –te quedaste dormida, hay… siempre se te agarran las lentejas ¡jó! –se quejaba.
-Ya, claro, al menos no traigo venusinos panochas a casa- pensé.

Comentarios

  1. Me tenías muy descolocado, cuánta imaginación !!

    no me quemes las lentejas que son mi plato preferido.

    un abrazo

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