¿UN CUENTO?


El príncipe se había encerrado en su habitación.
Se escondía de la gente, pues no quería compartir su corazón.
Quería estar solo. Envuelto en la oscuridad, que le sumía en el bienestar que necesitaba. Negando a los demás su compañía.
Sentado en un rincón se pasaba las horas, dando éstas la noche y el día.
Así, pasaba el tiempo...
Y en uno de esos días, que sentía ser el que más odiaba, el jamás querría, oyó detrás de la pared un lamento.
Era la voz de una joven apenada.
Escuchando su lloro, el príncipe apoyó su mejilla en la pared.
-¿Por qué lloráis?-preguntó cuándo se hizo el silencio- ¿De qué os lamentáis?
-Lloro por amor –respondió con voz queda.
-Si el amor os hace daño no deberías sentirlo –repuso el príncipe convencido.
-No es el amor el que me hiere, sois vos – le dijo.
-¿Sentís amor por mí?-sonrió- ¿Y cómo es eso, acaso me conocéis? Si es así, perdonad pues no os recuerdo.
-Sí me conocéis, pero vuestros ojos están ciegos, vuestros sentidos cerrados. Sí, os quiero, aunque despreciéis el amor... os seguiré amando. Siempre estaré a vuestro lado, porque siempre estuve allí- respondió.

El príncipe se levantó del suelo, confuso por las palabras de aquella joven, y por lo que estaba sintiendo. Dio una vuelta a su alrededor, respiró hondo y abrió sus ojos.
Entonces comprendió, que aquella oscuridad que le envolvía, que le hacía sentir bien en su agonía. Era la joven de la habitación continua.
Apoyó las manos acariciando la pared, cerró los ojos y besó con ternura ésta, como si fuesen los labios de aquella doncella.
Ella, era la luz oscura que le acompañaba en la noche y el día, era el amor que se negaba, y que aunque no quería sentía.

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